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La Historia de VINCENZO MELLUSO

LA VIDA DE UN PESCADOR DE BAGNARA

 Esta historia se inició en el lejano 1886.

El 10 de enero de ese año nació en Baganara Calabra, provincia de Reggio Calabria, Italia, mi abuelo materno VINCENZO MELLUSO, hijo de Rocco y de Francesca Musumeci, uno más entre tantos hijos de una familia de pescadores.

La pobre Italia, que recién había logrado su unidad como país no ofrecía mucho a sus hijos. América era la tierra prometida. El abuelo a los siete años fue traído a la Argentina. Los bisabuelos se quedaron en su tierra y el emprendió un viaje hacia lo desconocido con algunos hermanos y primos.

Era analfabeto pero con un gran deseo de aprender y de trabajar.

De su mar Tirrreno pasó a pescar en el océano Atlántico en Quequén, provincia de Buenos Aires. Los mayores lanzaban las redes desde la playa y como él era el más pequeño los ayudaba a recogerlas, siempre a la orilla del mar porque eran tan pobres que no tenían ni siquiera un bote. 

A medida que crecía aumentaba su deseo de aprender y entonces se transformó en autodidacta y así aprendió a leer y a escribir solo, un idioma distinto al suyo, jamás concurrió a una escuela, ni en Italia ni en Argentina y después se transformó en un empedernido lector de poesías gauchescas, las que cuentan las características de los gauchos de la pampas. 

Ya hombre había que encontrarle una esposa. “Moglie e buoi dei paesi tuoi” dice un proverbio italiano (Mujer y bueyes de tu pueblo), pensaron los bisabuelos. Hicieron los contactos necesarios con la familia Dato: los jóvenes se intercambiaron las fotografías y el matrimonio así se “combinó”.

Vincenzo volvió a Bagnara, donde el 5 de julio de 1908 se casó con Orsola, hija de Vincenzo Dato e Maria Fondacaro. Entonces los jóvenes, apenas veinteañeros, volvieron a la Argentina.

Se establecieron en Quequén , que para  ese entonces ya se había transformado en una colonia bagnarese. Todos primos, cuñados, hermanos, amigos, parientes, etc. Tuvieron nueve hijos: Anselmo, Daniel, Roque, Rudecindo, Francisca Aurelia (mi madre), Vicente (conocido por Pispicha), María, Filiberto (Payonto) y Delia.

El abuelo se levantaba a las tres de la mañana y ya patrón de un bote a remos, iba a pescar junto a su hermano Tomasso. Cuando mis tíos crecieron un poco, lo ayudaban a vender la pesca del día que llevaban con un carro con caballo a la vecina localidad de Necochea. 

La tierra de esta zona no es muy buena, pero él su quintita la tenía y lograba hacer crecer  un poco de verdura para alimentar a su numerosa prole.

Cuando había pesca se cenaba, en caso contrario se iban a dormir con una taza de mate cocido y un pedazo de pan. 

Mi madre, la primera mujer después de cuatro varoncitos, cuando tenía seis años fue entregada a una hermana de la abuela, quien no tenía hijos. La trajo a Buenos Aires, la crió y la hizo estudiar.

 Al abuelo, las cosas empezaron a irle bien y ya en el año 1927 fue patrón de su primer barco a motor.

El puerto de Quequén  estaba adquiriendo importancia para el exportación de cereales. Tenía un gran tráfico y como era un puerto sucio, vale decir, no muy profundo en el que los barcos se encallaban fácilmente, se necesita que un práctico acompañe el ingreso y la salida de los mismos.

En 1929 el abuelo creó una compañía: Melluso Hermanos, dedicada a llevar al práctico y al servicio de amarre. Fue dueño de pesqueros, tuvo tres “Aurelia”, “Delia” y “Bernardino”. Fue un óptimo patrón: sus obreros y sus pescadores lo querían mucho, porque el, de su época de pobre pescador no se olvidó nunca y entonces ayudaba a todos sus dependientes para que construyeran sus propias casas.

Como se puede ver, hizo “La América”, pero no volvieron nunca más a Italia, algo que hasta hoy no logro comprender.

Hoy la empresa goza de buena salud, y está en manos de mis primos Carlos y Daniel.

Ahora tienen un barco, el “Don Vicente” llamado así en memoria del abuelo.

La memoria de la familia fue depositada en mí. De los treinta y nueve descendientes directos, soy la única que habla y escribe en italiano, ya que soy profesora del idioma.

Comencé a estudiar el idioma justo el año en que murió el abuelo (23 de marzo de 1964), y a él le prometí después de su muerte, que iba a hablar en italiano. Creo que he cumplido con lo que le prometí.

María Delfina Vega Melluso

 

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